Published by the Queens Federation of Churches
Opinión – Amar a Dios "En Tierra De Indios" Es Una Bendición.
Reacción a Un Texto De Joel Santana Leopoldo Cervantes-Ortiz

17 octubre 2007

Bajo el título "Amar a Dios en tierra de indios," Joel Santana López Araiza expone en la revista presbiteriana mexicana El Faro una concepción muy peculiar de la misión cristiana (www.publicacioneselfaro.com.mx/modules.php?name=News&file=article&sid=230). Como pórtico de su artículo, se refiere a San Lorenzo Tezonco, barrio del oriente de la Ciudad de México en que creció y adonde escuchó por primera vez, de labios de su madre, el refrán al que alude el título de su texto como anuncio de una reprimenda por jugar con una cebolla en el asiento trasero del coche familiar. Obviamente, el niño de entonces asoció el dicho a algo negativo: "Descubrí que amar a Dios en tierra de indios era muy malo y hacia arder los ojos." La curiosidad infantil aumentó con el tiempo y, ante otra travesura, el refrán reapareció, nuevamente con un sentido adverso para, más adelante, confrontar esta orientación con el anhelo de ir más allá de las fronteras conocidas, reales e imaginarias, a fin de conocer otros horizontes.

Luego de muchas jornadas de oración, Santana cuenta que su sueño se hizo realidad cuando se integró a "Misión al Mundo," organización misionera dedicada a trabajar en una compañía de cruceros internacionales. Más allá del necesario cuestionamiento que se puede hacer a este texto acerca de la "inevitabilidad" de llevar a cabo la misión cristiana fuera del lugar donde las personas crecen, sobre todo ante el hecho irrefutable de que también en el propio terruño puede realizarse la tarea evangelizadora, llama la atención que un misionero cristiano se sirva de un dicho popular que plantea, de manera tan ofensiva, la supuesta inferioridad de la población indígena de México y de cualquier parte. Este refrán, hay que decirlo con todas sus letras, proviene de la también supuesta superioridad de la gente que se siente "española" y que, siendo mestiza e, incluso, con fuertes raíces indígenas (basta con mirarse al espejo), piensa que se ha desligado o "avanzado" en relación con ellas. Es decir, que ahora ve con desprecio a quien preserva su cultura, idioma y costumbres, a contracorriente de las imposiciones por uniformar y "blanquear" al país.

La manera en que Santana se sirve de este dicho es preocupante, pues ni como metáfora se sostiene: "Hoy, muchos años después de mis anécdotas con legumbres y mochilas, el Señor realmente me mandó a la tierra de indios, donde con todo corazón le amo" (énfasis agregado). Sólo que esos "indios" proceden de varios países europeos, latinoamericanos y asiáticos. Lo peor es que sus palabras finales desean sonar positivas: "Ahora si vivo y amo a Dios en tierra de indios, ¿y saben? no es tan malo como pensaba…." Para amar al Creador en una tierra así no era necesario que saliera de México... Y es que se entiende que en otras épocas de usara este lenguaje, pero los tiempos, afortunadamente han cambiado, pues los indígenas de todas partes afirman y reafirman su dignidad como antes no se veía, claro, cuando todavía eran objeto de este tipo de ofensas y otras peores. Después de todo, esto se publica muy cerca del 12 de octubre, fecha recordada por los pueblos ancestrales con dolor y coraje.

No se entiende cómo con todo esto en mente y, lo que sería peor, sin darse cuenta, irreflexivamente, una persona se lanza fuera de su país, sin formarse teológicamente para comprender las corrientes y desarrollos actuales de la misionología, a predicar el Evangelio de Jesucristo con tamaña falta de respeto por la dignidad de las personas. Esta situación sólo es comparable al uso incorrecto de otros dichos como el que reza: "Poner la Iglesia en manos de Lutero," que tantos periodistas repiten sin percibir los alcances de sus afirmaciones, sobre todo en una época en que se han impuesto con tantas dificultades el respeto y la tolerancia, independientemente del grado de corrección política que cualquiera decida ejercer. Pero en un país como México (o Guatemala, Perú, Bolivia o Chile, por sólo referirse a América Latina) hablar de "los indios" de esa manera manifiesta el nivel de desapego e insensibilidad hacia los pueblos originarios cuya presencia y dignidad son un ejemplo para propios y extraños. (Precisamente en estos días se celebró en el estado norteño de Sonora una reunión internacional de pueblos indígenas. Véase el sitio www.encuentroindigena.org).

¡Pero por supuesto que México es una tierra de indios! ¡Lo es desde hace más de tres mil años gracias a Dios! Si Santana desea experimentar eso que señala con tanta delectación, ¡lo puede hacer en su propia tierra!, pues si no se ha enterado aún, aquí se mantienen vivas más de 50 etnias con culturas, lenguaje y religión propios. No cabe duda de que esta mentalidad "neo-misionera," de raigambre importada, es uno de los rostros de la globalización mal entendida, pues si el régimen neoliberal decretó el ingreso de México al Primer Mundo en 1994 (el mismo año del estallido neo-zapatista), eso no pudo ni podrá borrar la existencia de miles o millones de personas, herederas de los pobladores originales de este territorio. Queda claro que a muchos integrantes de las nuevas generaciones de misioneros latinoamericanos les urge estudiar seriamente su propia historia y la de los países a los cuales se dirigen para predicar a Jesucristo, a fin de comprender que el Evangelio siempre se ha inculturado, es decir, se ha encarnado, en medio de la diversidad humana, siempre conflictiva y que las actitudes de falsa superioridad no le hacen ningún servicio a la noble labor de extender el mensaje liberador del Reino de Dios.

Para algunos "ser misionero" viste, es causa de admiración, pero sólo si se trabaja fuera del país, porque adentro eso es impensable. ¿Quién va a querer malgastar su vida al lado de los mixes, tojolabales, tseltales o rarámuris para hacerles sentir la presencia de Jesucristo? ¿Quién o quiénes van a patrocinar el esfuerzo de convivir con la "suciedad," la lejanía y la marginación de estas y otras comunidades? Ésa es la visión de las clases medias desconectadas del sufrimiento y la marginación, y además, la consecuencia de una educación eclesiástica que idealiza el trabajo misionero y lo coloca más allá de cualquier diálogo o interacción cultural. El Evangelio es universal: ciertamente, pero su universalidad se ha probado y afinado precisamente en el encuentro y desafío de las múltiples culturas humanas.

Ojalá que las personas deseosas de extender el mensaje de Jesucristo como Santana lean a autores como David Bosch y Samuel Escobar, o se enteren de otras formas de trabajo misionero (como la que promueve el organismo ecuménico Frontier Internship in Mission, Misión para las Fronteras, www.tfim), porque parece que la misión cristiana se entiende y se practica hoy más como una cadena de experiencias turísticas interminables que como un llamamiento genuino al servicio humano en nombre del Señor. Existe una enorme confusión al respecto, pues los jóvenes de las iglesias, hombres y mujeres, son seducidos por la oportunidad de viajar y conocer lugares exóticos más que por servir efectivamente a Dios en medio de la conflictividad cultural. Eso conduce a que, cuando vienen a sus países, sólo lo hacen para la infaltable "campaña de recaudación de fondos," con el riesgo de que nadie puede verificar que el patrocinio económico sea utilizado para lo que se anuncia con bombo y platillo. Por lo general, muchos de estos misioneros son independientes y no rinden cuentas a nadie, pues se han desligado de cualquier relación con sus iglesias de origen.

Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación

 

 


Queens Federation of Churches
http://www.QueensChurches.org/
Last Updated October 27, 2007