20 septiembre 2006 Por Eduardo Luis Gallo Rojo, especial para ALC
BUENOS AIRES, Argentina – A seis meses de la cuestión de las caricaturas de Mahoma, asistimos a una repetición de la secuencia "descalificación-humillación–represalia," esta vez a raíz de una opinión negativa sobre el Islam citada por el Papa en una conferencia dedicada aparentemente a ajustar cuentas con la teología protestante.
Al igual que en el caso anterior, las reacciones han incluido atentados contra iglesias y el asesinato de cristianos. Buena parte de la prensa interpreta estos hechos como originados en la susceptibilidad lastimada de los musulmanes, tanto más susceptibles luego de la actuación de las tropas y/o las armas de los países cristianos en Palestina, Afganistán, Irak y El Líbano.
Si bien las declaraciones del Papa merecerán todo tipo de respuestas, para quien mire más de cerca los conflictos de Medio Oriente y sus procesos políticos, la hipótesis mencionada -que interpreta la política a la luz de los discursos en vez de los discursos a la luz de la política- no resultará convincente. En efecto, la retórica de la "sensibilidad herida" no puede entenderse fuera del marco del agravamiento de la hostilidad contra las minorías cristianas en Medio Oriente, Asia y África por parte de grupos musulmanes violentos y que empieza a reflejar tímida –y solitariamente- la prensa europea.
La política del victimismo
Las desafortunadas declaraciones papales no aportaron ninguna solución pero tampoco son el problema real. La hostilidad contra los cristianos en esas regiones existe desde mucho antes de este episodio y se alimenta de una retórica victimista, manipuladora de heridas emocionales reales o imaginarias para activar la violencia. El victimismo funciona aquí como un recurso de los abusadores: armarse de un estatuto de víctima para auto justificarse y reclamar un cheque en blanco -discursivo, político y jurídico- que permita ejercer la violencia con impunidad. Las retóricas del victimismo no son nuevas (ni exclusivas de los grupos musulmanes violentos) y se las encuentra a menudo en el diseño de las persecuciones, los linchamientos y las represalias, pues sirven para encubrir el abuso y para convertir a las víctimas en culpables de la violencia que reciben. La retórica del victimismo, finalmente, se refuerza con la negación, que es el blindaje psicológico que impide ver a la víctima como tal.
¿La solución es el diálogo?
¿Las declaraciones papales son el impedimento de la convivencia entre musulmanes y cristianos? ¿O más bien juegan como una oportunidad para reeditar la justificación del abuso sistemático contra las minorías cristianas por parte de un sector del Islam, minoritario pero poderoso? Si éste es el caso, ¿el diálogo cristiano-musulmán tendrá el coraje de encarar este tema?
Sin duda, la paz entre musulmanes y cristianos pasará por el diálogo, pero sólo si éste es lo suficientemente valiente como para convocar al Islam honesto y genuino a encarar también ésta cuestión con honestidad y firmeza.
Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación
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