5 septiembre 2005 Por Fernando Oshige
Jerusalén – "Resistir es existir," reza un graffiti en el gigantesco muro de hormigón construido por el gobierno israelí para aislar a la población palestina. Unos metros arriba, en la salida de Jerusalén a Ramalá, los caracteres escritos a salto de mata por algún militante anónimo claman por construir "puentes, no muros."
¿Es posible una solución pacífica a corto o mediano plazo al conflicto israelí-palestino?. Es la pregunta que se formulan periodistas de diversos países del mundo, invitados por la Federación Luterana Mundial, mientras ingresan a este mundo duro y escarnecido que es el pueblo palestino, con una población que no llega a los 4 millones de habitantes, un millón de ellos en campos de refugiados.
"Vivíamos en una cárcel abierta, ahora la están enrejando," dijo un maestro palestino en julio del 2002 cuando los israelíes empezaron a construir el muro que partió esta zona convulsa que compartían israelíes y palestinos en violenta convivencia.
Sus 214 kilómetros construidos parecen infinitos en esta pequeña extensión que no supera los cinco mil kilómetros cuadrados que constituyen Cisjordania y Gaza.
Una vez terminado, con los 650 kilómetros de extensión prevista, el muro será igual a una décima parte de la muralla china construida hace 2,000 años como emblema de la tenacidad humana, pero el muro israelí se emparenta más con el muro de Berlín, un estigma de la historia universal.
¿Cómo podríamos hablar de paz con quienes construyen esos muros?, dice Diana Kattam, directora del Centro Martín Lutero, de Jerusalén, mostrándonos esa mole de hormigón de casi ocho metros de alto por medio metro de ancho que el gobierno israelí construye en los territorios ocupados de Palestina.
Kattam nos muestra las casas demolidas por orden de las autoridades israelíes mientras nos cuenta algunas historias dramáticas de la vida cotidiana de los palestinos. Desde que se construyó el muro, los palestinos no tienen libre circulación, están obligados a tramitar permisos, cada 3 meses, para ir a sus centros de trabajo, visitar familias o ir al hospital," dice.
Para Kattam ninguna solución será posible sin el retiro de las fuerzas militares israelíes de los territorios ocupados, el retiro de colonos y asentamientos humanos construidos estratégicamente para "israelizar" Cisjordania.
Los palestinos tienen negado usar las rutas exclusivas para israelíes, muchos pierden sus trabajos pues no les dan permiso para entrar de una ciudad a otra. Muchos estudiantes abandonan sus escuelas por falta del permiso.
En Belén, 10 kilómetros al sur de Jerusalén, sólo existen 2 salidas, una para Jerusalén y otra para Hebrón, en el sur. En cada "check point" hay soldados armados que revisan los documentos de los palestinos y deciden si pasan o no.
La idea generalizada entre los soldados israelíes es que los palestinos son "terroristas"; basta con que supongan que un palestino es sospechoso para que le nieguen el acceso. Los retenes son escenarios de humillación cotidiana, los soldados israelíes hacen esperar horas, mientras deciden si los dejan pasar o se burlan de los palestinos, que forman largas colas a pleno sol.
El muro de Belén se encuentra en la salida de la ciudad, pero en Jerusalén hay muros dentro de la ciudad para separarla de la parte israelí y también para aislar a una población palestina de otra.
Para los israelíes la medida es necesaria por razones de seguridad, asegurando que han disminuido significativamente los ataques suicidas desde que se inició la construcción del muro.
Francis Gharfeh, que dirige un Centro luterano de Capacitación Vocacional en Beit Hanina, Jerusalén, afirma que no puede haber paz con un intruso en la casa. ¿Tú aceptarías lo que él te propone, basado en la fuerza militar y lobbys internacionales?, pregunta.
"Aquí hay un problema de justicia. Nuestro pueblo sufre serios problemas de desempleo, de salud, de educación. Los palestinos pagamos nuestros impuestos, pero las autoridades israelíes sólo invierten el 10 por ciento en zonas palestinas. No se puede comparar la miseria de Palestina y la opulencia de Israel," dice.
Randa Hilal, directora del centro luterano de capacitación vocacional de Ramalá, afirma que la paz depende de los israelíes y de Estados Unidos, principalmente. Ve con simpatía algunos esfuerzos, como el de las iglesias de Estados Unidos, que han acordado retirar sus inversiones de empresas que se benefician directamente por la construcción del muro, pero se muestra muy pesimista sobre el rol que juegan los países actualmente.
"Israel no ha respetado las leyes internacionales ni las resoluciones de Naciones Unidas, y no le ha sucedido nada. Entonces no hay mucho lugar al optimismo," advierte.
Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación
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