Published by the Queens Federation of Churches
¿La Teología Al Poder?

20 abr 2005
Por: Leopoldo Cervantes-Ortiz

MEXICO DF, Mexico – Ahora que acaba de darse a conocer quién es el nuevo dirigente mundial de la Iglesia Católica, convendría hacer algunas reflexiones acerca de las características de quienes acceden a los sitios de preeminencia en las diversas confesiones cristianas.

El hecho de que el nuevo jerarca católico-romano sea alguien que ha demostrado sobradamente su capacidad para la reflexión teológica obligaría a pensar que, en efecto, existe una relación estrecha o, por lo menos cercana, entre el saber teológico y el poder.

Lamentablemente, al perfil de Joseph Ratzinger hay que agregar no sólo que se trata de un pensador eclesial probado, sino que también ha sido en los últimos 25 años el guardián casi infalible de la ortodoxia. Como prueba de ello hay que recordar los "juicios" a los que sometió a gente como Hans Küng, Leonardo Boff, Eugen Drewermann, Edward Schillebeeckx, Pedro Casaldáliga y Juan José Tamayo-Acosta, por sólo mencionar a algunos de los teólogos más conocidos.

Su papel al frente de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe ha sido uno de los más intolerantes y represivos, acaso superado únicamente por el de su jefe durante más de 20 años, Karol Wojtyla.

Queda claro, con lo dicho hasta aquí, que ni la formación teológica más formidable, la creatividad y comprensión de los problemas que enfrenta la fe cristiana en el mundo, ni mucho menos el conocimiento profundo de la política institucional interna, en este caso del catolicismo, constituyen una garantía a la hora de acceder a un puesto como el papado, según lo entiende la iglesia asentada en la ciudad de las siete colinas.

Hace falta, según parece, sobre todas las cosas, sensibilidad y coherencia cristianas, algo que este nuevo líder necesitará en cantidades industriales. Y es que no se trata de ausencia de conocimiento o pertinencia acerca de los problemas teológicos más actuales, pues basta con hojear, por ejemplo, el índice de Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo (Salamanca, Sígueme, 2005, Verdad e imagen, 163, trad. de C.Ruiz-Garrido) para darse cuenta de la claridad con que Ratzinger domina el tema del diálogo interreligioso.

Las primeras palabras del libro asombran por las buenas intenciones que expresan: En un mundo que se va haciendo cada vez más pequeño, el problema en torno al encuentro entre las religiones y las culturas ha llegado a ser una cuestión apremiante, que no preocupa sólo, ni mucho menos, a la teología. El problema de la compatibilidad entre las culturas y de la paz entre las religiones [un asunto en el que Hans Küng ha insistido hasta el cansancio] ha llegado a ser un tema de primerísimo orden.

Pero, sobre todo, es una cuestión que se les plantea a las religiones mismas, que deben saber cómo vivir en paz unas con otras y cómo contribuir a la "educación del género humano" para la paz. La fe cristiana se ve afectada especialmente por esa problemática, porque desde su origen y por su misma esencia pretende dar a conocer y proclamar ante todos los hombres quién es el único Dios verdadero y el único Salvador de toda la humanidad: "Nadie más que él puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra," dijo Pedro a los dirigentes y a los ancianos del pueblo de Israel (Hch4.12).

¿Podrá seguir manteniéndose hoy día esa pretensión absoluta? ¿Cómo se compaginará con la búsqueda de la paz entre las religiones y entre las culturas? Cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó en el año 2000 la declaración Dominus Iesus, "Sobre el carácter único y la universalidad de Jesucristo y de la Iglesia para la salvación," se alzó un clamor de indignación en la moderna sociedad occidental y también en las grandes culturas no cristianas, como la de la India. Tal documento -pensaban- sería un testimonio de intolerancia y arrogancia religiosas que resultarían ya inadmisibles en el mundo actual. (p.11)

La sensibilidad mostrada ante la reacción a la declaración Dominus Iesus se manifiesta también en los cinco capítulos del libro, especialmente en el segundo, donde se llega a hablar, incluso, de "oración interreligiosa" y "multirreligiosa." Ratzinger afronta con valentía el diálogo del cristianismo con las demás religiones y trabaja el tema de la tolerancia en su intersección con la verdad y la libertad.

¿Cómo entender, primero, que alguien con esta luminosidad de planteamientos haya dirigido durante tantos años la instancia que sustituyó a la Inquisición? Y segundo, ¿que sea ahora precisamente quien encabezará el catolicismo-romano en estos tiempos de interculturalidad, en los que el pluralismo religioso es una realidad indiscutible?

Como es lógico pensar, todas estas exquisiteces discursivas empequeñecen a la hora de la estrategia política y de los intríngulis inconfesables llevados a cabo en el más obstinado secreto (el cónclave definitorio), pues los responsables de la decisión no ponderaron, necesariamente, las habilidades teológicas o espirituales del elegido sino su disposición, mostrada durante un cuarto de siglo, para decir no a algunas de las demandas más urgentes que haya enfrentado la cristiandad católico-romana en mucho tiempo. Entre otros el matrimonio de los sacerdotes, la planificación familiar, las uniones entre personas del mismo sexo, la ingeniería genética, el acceso de las mujeres al sacerdocio, el diálogo interreligioso efectivo, la carencia de vocaciones, el abuso sexual de obispos y sacerdotes, la teología política comprometida.

Queda bien clara la línea vaticana para este pontificado, por corto que llegue a ser: seguir dando la espalda a un mundo secularizado mediante acciones acordes con el conservadurismo de Wojtyla (explicable por su experiencia polaca en plena guerra fría) y continuar la labor de desmontaje de las iglesias locales, populares o nacionales, esto es, anular la posibilidad de que el Evangelio arraigue por medio de una inculturación auténtica. Porque mientras persista la centralización del poder eclesiástico (ausencia de policentrismo) no podrán esperarse cambios significativos.

Un teólogo "profesional," pues, ha llegado al máximo sitio del catolicismo. Algo que debería ser motivo de alegría, pero que en estas circunstancias no produce más que preocupación. Habrá que ver de qué manera este nuevo líder resuelve las complicadas relaciones entre poder y teología.

Esperemos que Ratzinger recuerde (y practique) algo de lo que aprendió, reflexionó, escribió y enseñó (en Freising, 1952-1959; Bonn, 1959-1963; Münster, 1963-1969; Tübingen, 1966-1969; y Ratisbona, 1969-1977), pues además de su larga carrera docente, también fue vicepresidente de la Universidad de Ratisbona (1969-1977); perito, en el Concilio Vaticano II (1962-1965); y miembro de la Comisión Teológica Internacional (1969-1977). No es poca cosa.

Ojalá esté a la altura de su biografía intelectual.

Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación

 

 


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Last Updated April 23, 2005