Published by the Queens Federation of Churches
Judíos Y Palestinos En Tierra Santa

22 mar 2005
por Carmelo Álvarez

CHICAGO – Celebramos una vez más la llamada Semana Santa, cuya tradición tiene una fuerte influencia en nuestra América Latina y el Caribe. Me parece atinado compartir esta reflexión después de varias semanas de nuestra visita a Israel y Palestina. Además, de solicitar la solidaridad de hombres y mujeres de buena voluntad hacia una situación grave y urgente.

Visitamos Israel y Palestina por primera vez mi esposa Raquel y yo en setiembre de 1973, junto a una delegación de líderes de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo) de los Estados Unidos y Canadá, para asistir a un congreso internacional sobre religión y espacio sagrado. Han pasado ya más de tres décadas.

Ahora hemos estado en Belén con visitas a Ramallah y Jerusalén, donde nos recibe el Centro Internacional de Belén de la Iglesia Luterana en Jordania y la Tierra Santa. La primera impresión en Tel Aviv fue el impresionante moderno aeropuerto internacional Ben Gurión. Aunque las medidas de seguridad no parecían tan estrictas se sentía una atmósfera tensa.

Ya encaminados hacia Belén fuimos percibiendo el notable desarrollo del lado israelí con una infraestructura impresionante que se aprecia por las modernas autopistas y los edificios construidos recientemente.

Entonces, nos topamos con el primer punto de seguridad hacia Belén y la realidad nos golpea súbitamente: estamos en medio del conflicto árabe-israelí. La tensión crece. El guarda y el chofer intercambian frases que parecen insultos en árabe, pero sabemos que culturalmente el idioma nos suena así, aunque no sea tan dramática la situación. El chofer explica que él se había quejado de que habían dejado pasar a otros vehículos y nos seguían postergando a nosotros.

Observamos inmediatamente que la entrada a Belén en ese puesto de seguridad está en franco proceso de transformación. La gran muralla que se construye para aislar los territorios palestinos de Jerusalén y todo el territorio de Israel está siendo erigida aceleradamente. Se nota que la vida nocturna, que según nuestros hermanos y hermanas en Belén era tan vibrante, ya no existe, otro dato que abona a la sensación de un asilamiento que ha sido impuesto a la población palestina de Belén.

Esa noche fuimos recibidos en el Centro Internacional de Belén, con un espíritu hospitalario y fraterno. Luego del desayuno y antes de la introducción a la experiencia que nos aguardaba, tuvimos un devocional que comenzó con un bello himno navideño, ¨Oh, Aldehuela de Belén¨.

La reflexión nos obliga a situarnos. Estamos en la Belén que vio nacer a Jesús y sin embargo aquí se ha sitiado a la población palestina, ha habido víctimas de la brutalidad militar de Israel. Hay señales de balas disparadas por los soldados israelíes, aún en la Basílica de la Navidad.

En ese momento nos percatábamos de la razón por la que estábamos allí. No éramos turistas comunes, éramos parte de la Iglesia de Jesucristo en testimonio solidario y así tenía que ser. De aquí en adelante nuestros ojos fueron abiertos para sensibilizarnos tanto al sufrimiento evidente como a la esperanza vibrante.

Esta primera mañana en Belén fuimos llevados a un centro de salud y bienestar que ofrece un espacio para la gimnasia, una piscina, clases de natación y ejercicios de artes marciales que parecerían un lujo en cualquier otra sociedad. Pero aquí cumple un papel importante al ofrecer un espacio para que la población palestina pueda en parte lidiar con la tensión y el asedio cotidiano que viven.

Me impresionó el trabajo de la clínica de audiología que ayuda a personas afectadas por la violencia de los bombardeos constantes que también han minado la voluntad misma de la gente. Muchos niños vienen a recibir tratamiento y se nota que las necesidades y desafíos son muy grandes.

Al regresar para el almuerzo en el Centro Internacional recordé la experiencia de la guerra en Centroamérica en la década de los 70 y 80, cuando trabajamos allí mi esposa Raquel y yo como misioneros. Siempre los más inocentes son los que más sufren y parece que no logramos aprender. Seguimos empecinados en creer que la guerra soluciona algo y al final lo que hace es crear otros problemas.

El sábado 26 de febrero fuimos a visitar en la mañana la escuela Dar al Kalima en Belén, auspiciada por la Iglesia Luterana y el refugio Duhaisha bajo el auspicio de la Naciones Unidas.

La escuela es una demostración de cómo la iglesia está tratando de ser un factor de reconciliación entre cristianos y musulmanes y, además, ofrecer una buena educación con principios cristianos, pero sin violentar el derecho a los que profesan la fe islámica, ofreciéndoles a ellos también un espacio para su fe. Me pareció que este esfuerzo ecuménico es encomiable y admirable.

Pudimos constatar el hacinamiento en ese campo de refugiados y cómo la gente ha luchado por reclamar su derecho a vivir con dignidad. Se siente allí con crudeza la lucha palestina por sobrevivir. Sabemos que existen en la diáspora palestina refugios en el Líbano, Jordania y Siria.

Esa misma mañana visitamos la escuela en Beit Sahour, también fundada por la Iglesia Luterana. Me impresionó la limpieza del lugar y la atención tan esmerada dada a los niños del jardín infantil. Al final de ese cargado itinerario fuimos a visitar la Casa de Abraham y la Iglesia Luterana en Beit Jala. Lo más impresionante allí eran el programa de albergue para niños y jóvenes huérfanos y el santuario hermoso y acogedor.

La tarde del 26 de febrero fue una mezcla de asombro e indignación. La primera visita fue a la Escuela del Buen Pastor de la Iglesia Ortodoxa Griega en Beit Sahour que es parte de un proyecto auspiciado por el Centro Internacional de Belén, que incluye 10 escuelas religiosas privadas en el distrito de Belén.

La sorpresa más agradable allí fue ver una exposición de trabajos artísticos creados por los estudiantes con temas que reflejaban básicamente la angustia y la esperanza de una generación de jóvenes que aspiran a vivir en paz con justicia. Cada obra artística poseía esa mezcla de dolor con esperanza, que al final nos sobrecogía y daba ánimo.

Para concluir el día fuimos a la gran muralla que construyen los israelíes en Belén. El ambiente no puede ser más desolador. Después del muro de Berlín y el apartheid de Sudáfrica uno se imagina que algo debimos haber aprendido. Resulta frustrante, pero confirma la decepción, que se siga dando tanto atropello y lo más grave es que no se plantee la indignación internacional sobre el asunto.

El domingo 27 de febrero participamos en el culto de la Iglesia Luterana en Beit Sahour. Aunque no entendimos más de la mitad del culto en árabe, la congregación nos dio una recepción calurosa y cordial. El momento fraternal, con café luego del culto, ofreció un espacio muy hermoso para compartir y reafirmar nuestra común fe y amor. Al mediodía salimos para Ramallah que es prácticamente la capital de los palestinos y centro de la vida comercial y política.

La primera experiencia impactante fueron los controles que el ejército israelí ejerce en el puerto de seguridad. Dos jóvenes mujeres uniformadas nos trataron con arrogancia y altanería. Pudimos observar cómo los taxis autorizados (otros vehículosprivados de palestinos ni pueden circular libremente a no ser con permisos) literalmente se apiñaban esperando su turno para pasar el control de seguridad.

Ya en Ramallah disfrutamos de un suculento almuerzo que no pudo ocultar la realidad ambigua y deprimente que vive la población palestina allí. Pasamos por los cuarteles bombardeados, donde Yasser Arafat fue sitiado e incomunicado. Uno no puede dejar de pensar en esta historia de ultraje y vejación a un pueblo como el palestino. Es como si los quisieran borrar del mapa.

De regreso a Belén volví a pensar: estos pueblos tienen derecho a existir y vivir en paz, árabes e israelíes pueden y deben vivir en paz. ¿Qué les impide hacerlo? Las respuestas pueden parecer sencillas y claras, pero los procesos históricos y las luchas humanas tienen tantas dimensiones y complejidades que la buena voluntad no puede ingenuamente resolverlas.

Seguimos pensando que es posible vivir en paz y estoy convencido que hay personas en ambos lados que lo creen auténticamente y luchan por ello. Solo falta que la comunidad internacional y la voluntad política de Estados Unidos y otros países europeos se unan para lograr un verdadero proceso de paz duradera y estable con justicia y dignidad

Es lunes 28 de febrero y nos encaminamos a Jerusalén. Ella siempre provoca una mezcla de admiración y tristeza. Esta ciudad es santa para las tres grandes religiones del mundo: judaísmo, cristianismo e islamismo. La ciudad misma está saturada de infamia, luchas imperiales, saqueo, despojo, ocupación y juegos políticos internacionales. Pero no deja de ser santuario de paz.

Al trasladarnos hasta el este de Jerusalén llegamos al famoso hospital de Augusta Victoria, que fue fundado por alemanes y ahora cumple la tremenda función de ofrecer servicios médicos de primera calidad, particularmente a la población palestina. La visita incluye las salas de medicina nuclear, que están siendo equipadas con la tecnología médica más sofisticada y actualizada, con la cooperación de centros médicos prestigiosos como la escuela de medicina de la Universidad de Harvard, de Estados Unidos.

Nuestra visita a Jerusalén nos lleva hasta la Iglesia Luterana El Redentor, en el centro mismo de la antigua ciudad. Allí observamos un programa para ancianos que además de ofrecer un espacio cotidiano para que un grupo de personas de la tercera edad jueguen, dialoguen, confraternicen, provee orientación y cuidados físicos, espiritual y emocionalmente, para que puedan vencer la soledad y el aislamiento

Luego procedimos al viaje turístico. El momento culminante de esa experiencia es siempre ir hasta el Muro de las Lamentaciones. Una vez más, los creyentes sentimos angustia y expectación. Admiro el acervo espiritual hebreo y en ningún lugar me siento tan a gusto como cuando leo los Salmos y me ofrecen una dinámica bastante realista de la angustia humana, el deseo de Dios y su búsqueda en la fragilidad más cruda y evidente. Los Salmos no ocultan la paradójica relación con Dios y la fe que intenta mantenernos en comunión.

Allí he orado sinceramente, otra vez, por la ¨paz de Jerusalén¨, tanto para israelíes como para palestinos. No encuentro manera más efectiva de hacerlo. Siento que con la oración va acompañada nuestra solidaridad y responsabilidad.

El lunes 28 de febrero había una reunión de los centros luteranos que trabajan en una red internacional de educación y formación. Decidí volver al centro de Belén para conversar con la gente en la calle. Confirmé que muchas personas cristianas están profundamente preocupadas por su propio destino como palestinos y cristianos. Les duele que los ignoren y no se sepa que pueden desaparecer como tales. La ironía es que aquí nació Jesús y ellos no cuentan.

En la última fase de nuestro viaje tomamos un tiempo para celebrar la Santa Comunión en una gruta que fue descubierta donde está la Iglesia Luterana de la Navidad y el Centro Internacional en Belén. En las oraciones por la paz, el abrazo fraterno y la participación en el sacramento juntamos nuestras preguntas y nuestros anhelos. Aprendí en mi tradición eclesiástica que en la Comunión nos disponemos a recibir lo que Dios tiene para su pueblo, con profunda humildad.

Aguardamos shalom, eirene, verdadera paz, que es lo que Dios quiere seguir regalándonos. Debemos seguir en esa tesitura, sin olvidar que estamos hermanados con el pueblo de Dios en Israel y Palestina.

Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación (ALC)
El misionero puertorriqueño Carmelo Álvarez y su esposa Raquel estuvieron hace poco en Belén, la aldea donde nació Jesús, y en Jerusalén, donde transcurrió su pasión y muerte. Aquí su dramático testimonio de la situación actual. Actualmente, los Álvarez residen en Chicago, Estados Unidos.

 

 


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Last Updated March 27, 2005