ein 27, 2005 Por Henrike Müller
"¿Se puede llevar una vida tranquila y feliz, con la conciencia de que dos tercios de los seres humanos sufren, mueren de hambre y están empobrecidos?" Para el teólogo católico brasileño Leonardo Boff, uno de los padres fundadores de la Teología de la Liberación, el estímulo para una teología que lucha por más justicia es el grito de los pobres, el grito de la tierra.
En la siguiente entrevista, realizada en idioma alemán, el invitado al Foro Mundial de Teología y Liberación que tuvo lugar del 21 al 25 de enero en Porto Alegre, Brasil, habla sobre los requisitos para una teología comprometida y sobre su confianza en la posibilidad del cambio.
En sus reflexiones teológicas el Foro Mundial de Teología y Liberación no tiene en la mira sólo a una región determinada, sino a todo el mundo. La Teología de la Liberación, en cambio, surgió a partir de la situación concreta latinoamericana. ¿Realmente se podrá hacer oír el clamor por liberación en todo el mundo?
Como protesta contra los sufrimientos, la Teología de la Liberación no está limitada a una región. Cada forma de opresión, cada grito de los pobres, de los oprimidos, de los excluidos en todo el mundo es un desafío para la teología. Es cierto que una condición básica para ello es que esos gritos sean escuchados.
Sin embargo, ¿realmente se puede llevar una vida tranquila y feliz, con la conciencia de que dos tercios de los seres humanos sufren, mueren de hambre y están empobrecidos? Quien se sienta humano no podrá más que compartir el sufrimiento. Esta solidaridad, que, mirándolo bien, debería ser esencia básica del ser humano, se pierde poco a poco en una cultura donde priman los valores materiales. Y no sólo tenemos que oír el grito de los pobres, sino también el de nuestra tierra. Ambos, la tierra y los seres humanos, están amenazados. Tenemos que hacer algo para cambiar la situación. No habrá ningún arca de Noé que salve sólo a algunos de nosotros.
¿Es posible el cambio?
El cambio se corresponde con las demandas básicas del ser humano. A la mayoría de los seres humanos el mundo tal como es no les ofrece vida, sino más bien condenación. Creo que los cambios son posibles, puesto que no puedo aceptar a un dios que se mantenga indiferente frente a este mundo, sino sólo a un Dios que se acerca a los pobres, a los sufrientes. Su gracia nos da fuerza para la resistencia, para la liberación, abre nuevos caminos. La gracia puede ser vista claramente en nuestro mundo. Allí donde se preserva y defiende la vida, allí está obrando el Dios vivo en su misericordia.
A pesar de que el anhelo de liberación no se circunscribe a una región, la clásica Teología de la Liberación ha sido relegada a un segundo lugar, por lo menos en países como Alemania, a pesar de que la situación mundial no haya mejorado. ¿Cómo explica usted esto?
La Teología de la Liberación sólo tiene sentido si las cuestiones de la justicia, del destino de los pobres y oprimidos significan un verdadero desafío para la fe. Esto presupone sensibilidad para percibir la relevancia de esas cuestiones en el mundo actual. Si una teología no percibe la realidad, quizás pueda ser de utilidad para la iglesia o interesante para los cursos académicos y también puede fomentar cierta ilustración del espíritu. Pero poco tendrá que ver con el Dios vivo y su actuar en la historia, y pequeño será su aporte al cambio de nuestro mundo.
¿Puede despertarse nuevamente esta sensibilidad?
Para ello hay que observar la marcha del mundo. Quien es confrontado, por ejemplo por medio de la televisión, con la pobreza en el mundo, con las guerras, las catástrofes y las crisis económicas, sentirá que nuestro mundo se encuentra en un profundo desorden y que debemos protestar frente a ello. La Teología de la Liberación y cualquier teología comprometida presupone esta rebelión del espíritu.
¿Es concebible que una teología así comprometida con el cambio social, como la Teología de la Liberación, eche raíces duraderas también en Europa?
La Teología de la Liberación parte de una opresión muy concreta. Esta también puede ser descubierta en los contextos propios de cada uno. ¿Cómo es, por ejemplo, la situación de los nuevos inmigrantes en Alemania? ¿Qué seguridad tienen? ¿Cuál es la situación de las personas pobres y socialmente perjudicadas? ¿Cómo los trata la población, las instituciones sociales? Aquí se encuentra el desafío inmediato para toda teología comprometida.
Usted ha destacado claramente la preservación de la creación como una de las tareas decisivas a las que debe apuntar hoy una teología comprometida. ¿No queda relegada así la opción por aquellos que originalmente fueron la preocupación central de la Teología de la Liberación?
Ambas cuestiones están inseparablemente ligadas. Con la tríada "Justicia, paz e integridad de la creación" el Consejo Mundial de Iglesias ha encontrado una metáfora que recoge las grandes utopías del mundo. Estas tres dimensiones no se pueden separar. Sin justicia no es posible una vida en común. Paz se refiere a una relación adecuada y justa con los demás seres humanos, con otras culturas, con la naturaleza, con Dios. Y la preservación de la creación es la base: si destruimos la creación, cualquier otro proyecto se hace imposible. Para mí esta tríada es un pequeño resumen de la Buena Nueva que anuncia el Evangelio. Aún si es esencial a la utopía el no llegar a cumplirse nunca por completo, ella sin embargo nos muestra el camino como una brújula y nos motiva a no abandonar.
En un año el Consejo Mundial de Iglesias celebrará su novena Asamblea aquí en Porto Alegre. Esta se desarrollará bajo el lema "Dios, en tu gracia, transforma el mundo." ¿Cuál cree usted es la misión de la mayor comunidad ecuménica mundial mientras se prepara para esa asamblea?
Pienso que es importante que la religión despierte y nutra la espiritualidad de los seres humanos. La dimensión espiritual es la expresión de una profunda experiencia del espíritu, la experiencia del ser, la experiencia de Dios en el mundo. Esta espiritualidad es una cualidad de cada ser humano, no un monopolio de las religiones. La tarea de la religión para mí consiste en crear espacios para la espiritualidad de los seres humanos. Si esto se logra, la humanidad se volverá más sensible, más humana, más solidaria.
El Consejo Mundial de Iglesias (CMI) Henrike Müller es pastora de la Iglesia Evangélica Luterana de Hanover (Alemania) y trabaja en la oficina de prensa del Consejo Mundial de Iglesias.
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